Cuando en un país se recibe una migración masiva -como el caso en América Latina con la migración venezolana, durante los últimos años- suelen producirse brotes xenofóbicos; eso es algo normal, aunque no justificable.
La xenofobia suele ser la exacerbación de un falso sentimiento nacionalista, y el nacionalismo es algo que forma parte de todas las culturas. Pero la exacerbación del nacionalismo puede conducir a excesos que es necesario evitar; excesos que se pueden manifestar en xenofobia, racismo o algún tipo de discriminación, y, en casos extremos, en violencia y guerra. Hay muchas maneras de combatir la xenofobia, pero las más efectivas son la verdad y la integración. Por verdad nos referimos a evitar difundir y propagar información respecto a acciones xenófobas, racistas o discriminatorias, sobre todo si no están confirmadas o si son casos puntuales (o aislados).
La segunda forma –y la más eficaz– es la integración del inmigrante al país que lo recibe: su modo de vida, su cultura y economía. No cabe duda que ha habido casos aislados de inmigrantes venezolanos con conductas inadecuadas, pero hay que resaltar que la mayoría son gente de trabajo, que aportan esfuerzo, ingenio y emprendimiento. Tampoco podemos dejar de destacar que, por cada caso puntual de xenofobia hay miles de ejemplos de buen recibimiento a los venezolanos en el país de inmigración y de venezolanos que se han integrado y han dado aportes significativos a sus países de acogida, como los casos que citamos en este boletín.
La integración es la mejor forma de combatir la xenofobia, el racismo y la discriminación.